viernes, 20 de junio de 2008

Caso Emmeret Hobson


-Vaya, me gusta ver que hiciste caso a lo que te dije.- fueron las primeras palabras de James, que daba la impresión de haber dormido poco o nada, por el tono de voz ronca que podía escuchar.

-¿Acaso es que tenia otra opción?.-

-Ahora no puedo hablar mucho, te espero dentro de dos horas enfrente de la biblioteca que hay en el centro, verás una cabina telefónica y un estanco justo al lado, te esperaré ahí.-

-De acuerdo.- creo que se notó demasiado el tono reticente con el que le conteste.

-Apaga el móvil.-

Había colgado. Me senté en la cama mientras volvía a apagar ese trasto y me repeinaba el pelo con los dedos mientras le daba vueltas al mismo asunto. Estaba furioso conmigo mismo, no me reconocía, yo era una persona a la que le gustaba vivir su vida, apartado del resto del mundo, desde pequeño me había gustado poder ser capaz de sobrellevar tanta independencia. Y después de ver los caminos que tomó mi vida, me alegraba de ser así. Pero ahora, me veía a las órdenes de un crío de veinticinco años.

Todavía no me había explicado que es lo que quería de mi que pudiera ayudarle.

No hice absolutamente nada cuando me apuntó con un arma, sabia que no dispararía porque me necesitaba, pero ¿Dónde estaba el tío que le hubiera bajado los humos a ese tal James, si hubiera visto que podía morir por su culpa? Desde luego, esa persona, no se encontraba en la habitación.

Llegué incluso a pensar que era un sueño, pero cuando la mujer que ocupaba el apartamento de enfrente le empezó a gritar a su hijo pequeño, me di cuenta de que estaba perfectamente despierto. Despierto en algo que empezaba a dar la impresión de ser un mal sueño.

James me esperaba frente a la cabina telefónica de la biblioteca a las diez, hasta entonces no tenia nada que hacer. Patético, tenía que hacer pasar dos horas de mi vida, haciendo algo, antes de ir a cumplir con mis “nuevas” obligaciones de alguien que no conocía.

Me puse la chaqueta y salí a la calle. Ese día estaba bastante nublado, y a pesar de que el ambiente era cálido, tenía frío.

El restaurante de enfrente estaba cerrado pero las puertas abiertas de par en par dejaban ver el interior de la estancia. Las mesas habían sido echadas a un lado para dejar pasar las cajas del camión aparcado justo delante con el nuevo pedido de la semana. A veces me preguntaba porque si casi nadie frecuentaba ese restaurante, cada semana, los dos camareros jóvenes, hacían horas extras reponiendo comida nueva.

Hacia tiempo que no salía tan temprano a la calle, normalmente a esas horas, trataba de quitarme la resaca por culpa de la cerveza de Joe. Me sorprendió ver cuanto movimiento había por las mañanas, estaba acostumbrado a trabajar por las tardes en el taller, y a esas horas, mucha gente ya esta en sus puestos de trabajo, por lo que las calles estaban más vacías a como estaban ahora.

Los trabajadores se apiñaban en la parada del autobús, y algún que otro afortunado, conseguía un taxi libre.
Niños yendo al colegio que estaba unas tres calles más arriba, comercios con las barreras quitadas y los puestos de comida que sacaban sus productos más notorios fuera para llamar la atención de los compradores.

Me di cuenta de cómo cambian las cosas cuando es de noche. De madrugada, las calles desiertas con más de la mitad de las farolas rotas, le daban un aspecto muy distinto del que mostraba ahora.

Apenas sin darme cuenta, por tanta observación a lo que me rodeaba, llegué frente a la biblioteca del centro, era un edificio alto, con la pintura de las paredes muy desgastada, lo que le daba un aspecto mas serio. En las escaleras se sentaban algunos estudiantes que decidían que hoy era un buen día para no asistir a clase, una chica hablando por el móvil de forma acalorada y un par de turistas que esperaban a que la biblioteca abriera sus puertas.

Todavía faltaban unos minutos para la hora que me había dicho James, así que decidí apoyarme en el capó de un coche cercano y encenderme un cigarrillo para que la espera fuera menor.

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