jueves, 19 de junio de 2008

Caso Emmeret Hobson

California, 10 de Julio 6.30 am

Me encontraba en la habitación de mi nuevo apartamento, si a aquello se le podía llamar tal cosa. El piso se reducía a una estancia con una cama de matrimonio, una tele vieja con un video que no funcionaba, y un armario que no cerraba muy bien debido al paso de los años. Un marco de madera a la derecha de la habitación separaba el dormitorio que hacia las veces de sala de estar, con la cocina. Y enfrente, otra puerta daba al cuarto de baño, donde a duras penas podías moverte con facilidad.

Contaba con una única ventana, cerca de la cama, pero no era gran cosa si la vista del callejón de atrás de un restaurante chino no era de tu agrado.

Pero al menos tenia algo, ese era el premio después de haberme arriesgado cada noche entrando casa por casa pasando inadvertido consiguiendo unos cientos de dólares y si esa noche quería lucirme, con las llaves de un coche robado.

Todos esos beneficios, iban a parar a manos de Martin, uno de los señores corruptos por aquel entonces, el cual ya os dije, me sacó de la calle para devolverme a ella con el fin de robar a los demás. Lo que él ignoraba es que después de haberle demostrado lealtad durante los dos primeros meses y dejar de lado el registro por parte de sus guardaespaldas a mis bolsillos para asegurarse de que se lo entregaba todo, me quedaba una comisión de lo que conseguía esa noche. Eso implicaba mayor esfuerzo y trabajo, pues si me quedaba con algo no tenía que notarse, por lo tanto, si el número habitual de delitos era de cuatro o cinco, esos días el número creció llegando a veces a ocho o nueve.

Así fue como poco a poco, guardando el dinero como mi única propiedad, aparentar delante del jefe cuando tocaba ir hacerle una visita y ganándome la confianza de malas compañías, llegue a conseguir una pequeña fortuna bajo los dos tablones sueltos debajo de la cama.

Pero el destino da muchas vueltas y llegó el día en que mis servicios ya no eran necesarios, ahora solo quedaba devolver el favor y como ya he dicho anteriormente, juntarse con quién no toca, trae malas consecuencias. Llegué a perder todo el dinero conseguido y más, para seguir despertándome cada día. Aunque luego el destino dio otra vuelta de hoja y me permitió quedarme con el pequeño apartamento, asegurándome de cambiar la cerradura y evitar pasar más de dos noches seguidas.

Eran las seis y media de la mañana, me levanté de la cama que llevaba días sin hacer. Después de darme una ducha para quitarme el olor a cerveza pasada, pensé unos minutos delante del espejo. Había pasado dos horas hablando con James, quién a pesar de ser consciente de que era una de las personas a las que había desplumado una noche, no me guardaba rencor, sino admiración. Le sorprendía como alguien como yo, pudo hacer tanto mal sin ser descubierto.

Después de hacerme una larga lista de los objetos y la cantidad de dinero que le robé, explicarme los pros y los contras de nuestro sistema judicial y de lo inepto que era el cuerpo de policía, incapaces de seguir una pista aunque tuvieran al culpable delante de sus narices, me pidió un favor, quería que le ayudará en algo que no acabó de explicarme, solo me adelantó que si lo conseguía él y Kristen habrían solucionado su vida, si por el contrario no aceptaba la oferta, James me delataría a la policía dado que los crímenes todavía no habían prescrito. Y creedme cuando os digo que la segunda opción, me la recordó apuntándome con una pistola, en el callejón cerca de mi casa.

Deduje que su empeño por saber donde vivía era por si decía que no al trato que me proponía y darles a las autoridades una dirección segura donde encontrarme en un momento u otro.

Pensé que si esquivaba el brazo con el que me estaba apuntando, podría haberle reducido sin problemas, pero entonces le miré a los ojos por primera vez, y nunca antes había visto a alguien apuntando para matar a otra persona, mirándole con confianza. James me necesitaba, sus ojos me lo decían todo, pero a la vez tenía el suficiente coraje para apretar el gatillo.

Después de ver mi respuesta inmóvil, mirándole fijamente sin forzar la expresión para que aquel enfrentamiento no acabara en tragedia, bajó el arma, y me dio un teléfono móvil apagado.

-Enciéndelo a las ocho en punto de la mañana, a los tres minutos recibirás mi llamada, te daré una dirección y la hora a la que volveremos a vernos, vuelve a apagar el móvil cuando ya hayamos acabado de hablar.-

-Esta bien.-

-¿Puedo confiar en ti?.- me preguntó mientras volvía a esconderse el arma detrás de la cazadora.

-¿Tienes a alguien mas en quién confiar?.-

Dejé la taza de café sobre la encimera de la cocina y miré hacia los pies de la cama. El móvil estaba sonando.

Eran las 8.03 de la mañana.

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