miércoles, 18 de junio de 2008

Caso Emmeret Hobson

28 de Enero, California, 23.00 p.m


Me encontraba en la zona lujosa de los barrios de California, casas de dos pisos, jardines impecablemente cuidados. Los coches de marca aparcados frente al garaje y la luz del porche encendida para evitar que la casa quedara a oscuras.

Caminaba calle arriba mientras el camión de la basura hacia su trabajo con el menor silencio posible. Los aspersores de los jardines empezaron a funcionar casi a la vez. Todo en ese barrio era perfecto, parecía tener un horario de trabajo, con tanta coordinación.

Todo en ese barrio era perfecto menos yo.

En aquel entonces mi trabajo como vendedor de coches se vino abajo por la crisis económica que afecto casi por completo a Estados Unidos. Me encontraba sin empleo y el alquiler empezaba a tener una cifra considerable teniendo en cuenta que llevaba tres meses sin pagar. Así que decidí marcharme de mi apartamento y ver lo que me deparaba el destino.

Por circunstancias de la vida, acabé siendo un atracador que le debía el hecho de estar vivo a un matón a sueldo, que por acabar bien unos cuantos trabajos se ganó un lugar en la pirámide criminal del país. Me ofrecía casa y comida a cambio de que robara en los barrios adinerados.

Estaba enfrente del número 17 de la calle Hosted, la casa, era como el resto, solo se diferenciaban entre ellas por la pintura, porque la distribución era similar, y eso facilitaba mi trabajo. Todas estas casas tienen el mismo defecto, la puerta principal es imposible de abrir si no es con la llave original, al estar rematada con soportes de acero hacen imposible abrirla sin que se de cuenta medio barrio, pero en cambio, la puerta de detrás que suele dar a la cocina, esa es una simple puerta de madera con un pestillo, y siempre situado al lado del cristal.

Crucé el césped, pase por al lado del Toyota negro aparcado en el garaje y salté la valla metálica que me separaba del patio trasero. No había nadie y no me esperaba que lo hubiera, me había acostumbrado a no encontrarme con ningún inquilino de la casa a estas horas de la noche, y más entre semana.

Conseguí abrir la puerta de la cocina sin problemas. La habitación podría decirse que era una copia de las otras cocinas en las que había estado pasando con sigilo.

Durante una larga hora me aseguré de que todos durmieran, que no tuvieran perro, pues ya tuve bastante hacia unos días con un bulldog alemán y de que no tuvieran alarma silenciosa para que cuando saliera por la puerta me encontrara medio cuerpo de policía esperándome.

No recuerdo exactamente que robé, ya hace bastante tiempo de eso, quizá año y medio. Dinero, joyas, aparatos eléctricos de valor y muy pocas veces me paraba a observar si había alguna obra de arte o escultura que valiera la pena. Pero en esa casa, en el 17 de Hosted Avenide, no todos dormían como yo me había figurado.

Cuando ya enlazaba la siguiente calle, con el trofeo en mis bolsillos y pensando que así podía vivir unos días más, unos ojos me seguían desde detrás de la ventana de la habitación del segundo piso. Todavía hoy me pregunto, sentado en la incomoda cama de mi celda, porque no llamó a la policía cuando me oyó entrar.

En el 17 de Hosted vivía James, el mismo que me vino a bucar al bar, pero no fue el quién me vio. La mejor amiga de su hermana menor, Kristen, quién seria unos años mas tarde pareja de James pero que en aquel momento solo eran conocidos por la hermana de él, vió como me alejaba.

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